Introducción
En las últimas décadas, en la esfera literaria se destacó un nuevo paradigma respecto a la recepción de las obras literarias y a la lectura crítica que resulta de ésta. Este cambio de paradigma fue implantado por Hans Robert Jauss, el fundador de la teoría literaria denominada estética de la recepción.
La estética de la recepción es una teoría literaria que se distingue por el estudio de la participación del lector y de la relación existente entre texto y lector, dentro de una producción literaria. Primero intenta reconocer los sistemas sincrónicos, o sea los del momento dado, y después los compara con otros.
Antes de que haya este cambio de paradigma, los expertos literarios focalizaban su atención sobre la novela desde el punto de vista de la producción literaria, es decir que lo estudiado era el texto y el autor. Mientras que el lector quedaba al margen de las preocupaciones. Ahora gracias a la nueva perspectiva recepcionista aparecen los vientos del cambio.
Así lo sostiene acertadamente el literata Piña : “La estética de la recepción es una orientación creciente que recuerda que el campo literario no sólo está constituido por autores y obras sino que también por lectores.” (1987)
Resulta pertinente hacer un recorrido de los elementos teóricos de la recepción literaria para una mayor comprensión de los discursos literarios. Así que intentaremos resaltar la importancia del papel del lector investigando sobre los mecanismos que utilice el lector para descifrar el texto. Para luego deconstruirlo y reconstruirlo con la intención de acercarse a sus múltiples interpretaciones. Todo eso mediante conceptos de unos teóricos literarios que irrumpieron en esa nueva manera de acercamiento a la literatura, que son Hans Robert Jauss, Wolfgang Iser, Umberto Eco y Georg Gadamer.
El objetivo principal de este artículo consiste en aclarar el concepto de la recepción de la estética, identificar los factores que influyen la interpretación de una novela y determinar cuál es el rol del lector de una obra de arte.
El objetivo segundario de este artículo es hacer hincapié en las implicaciones pedagógicas y didácticas de la teoría receptiva en la enseñanza de la literatura. Otorgando importancia a la noción de “horizonte de expectativas”.
Investigar un tema tan relevante como puede serlo la estética de la recepción, ha sido beneficioso y gratificante en nuestro camino de aprendizaje. Por ser un objeto de estudio digno de una gran curiosidad científica, merecía la pena estudiarlo. Este tema de investigación ha sido un verdadero reto por sus varias interpretaciones y por su profunda aportación al estudio de la historia de la literatura contemporánea.
1. Presupuestos básicos de La estética de la recepción
Desde los primeros tiempos de los estudios literarios hasta los inicios del siglo XX, al momento de estudiar una obra literaria, se focalizaba siempre sobre el autor y su obra. Se consideraba el texto como una unidad de sentido acabado y definido ya por el autor en el momento de su escritura y nada más. Tal como lo afirma Vélez :
" Lo paradigmático de la filología clásica consistía en sostener que el estudio crítico de una obra era abstraer el significado objetivo del texto, introducido por un autor sin la determinación de la realidad o contexto de la obra, pues el discurso era reducido a la suma de los signos que lo componen” (2010, p. 89).
Explicado de otra forma, diríamos que la visión de la literatura estaba dirigida hacia dos aspectos : la estética de la producción y la estética de la presentación. La primera se centra en el trabajo del autor y a su entorno social. El autor es el núcleo quien da sentido a la actividad creativa literaria. La segunda estética, se enfoca en el análisis textual de la obra, o sea, se estudia el texto, sus elementos y relaciones internas. Todo eso bajo los preceptos del formalismo y estructuralismo lingüístico.
Sin embargo, hubo un cambio de rumbo a partir de los años 60, y frente a la estética de la producción y la estética de la presentación, sale a la luz una nueva teoría literaria denominada estética de la recepción cuyos principales representantes son Wolfgang Iser y Hans Robert Jauss, ambos integrantes de la Escuela de Konstanz en Alemania. Esta teoría impulsa el lector en el primer plano del escenario demostrándonos que, en el campo literario, no es suficiente interesarse al autor y al texto, sino que el lector tiene una importancia clave en el momento de interpretar una obra de arte.
Podemos también mejor la formulación de esta idea al considerar que una producción literaria posee una estructura y una estilización que están fijados, cerrados y acabados. No obstante, su lectura e interpretación cambian según el contexto y/o el momento sociocultural del lector: “El discurso se asoma en el momento de la estilización del texto. No porque es la voluntad del autor, sino porque está implícito en el acontecimiento, está intrínsecamente vinculado a la momentaneidad del texto” (Peña Argibay, 2012)
La estética de la recepción significa el quiebre del texto como convocador de un solo significado. El lector no es considerado como un mero elemento pasivo en el proceso de creación de una novela, sino que su participación activa es demostrada.
Tal como lo corrobora el propio Jauss :
En el triángulo formado por autor, obra y público, este último no es sólo la parte pasiva, cadena de meras reacciones, sino que a su vez vuelve a constituir una energía formadora de historia. La vida histórica de la obra literaria no puede concebirse sin la participación de aquellos a quienes va dirigida. (1967, p. 163.)
La comprensión total de la producción literaria no se limite a la interpretación básica del significado engendrada intencionalmente por el autor, sino que el lector tiene que adicionar un análisis propio con sus deducciones y entendimientos.
Según Morón Hernández, para que la lectura de una obra de arte sea eficiente y activa, el lector tiene que colaborar creativamente en su interpretación:
El hecho de que con mucha frecuencia se vierta en un libro algo esencial del propio carácter y, por consiguiente, también se seleccione en la lectura lo que es homogéneo y adecuado a la propia personalidad, y que, en consecuencia, no nos aproximemos en absoluto o sólo insuficientemente a las ideas del autor, es el reverso negativo de un postulado que plantea la lectura a los que realizan esta acción, es decir, que sólo tiene lugar una comprensión total, cuando el receptor no se limita a ser mero receptáculo, sino cuando pone a pleno rendimiento su propia individualidad intelectual en una colaboración productiva. (2006, pp. 75-76)
Un texto puede ser considerado como un acto de comunicación a distancia. Este texto es contextualizo y recreado en cada lectura por un lector distinto. Así que la interpretación de una producción literaria depende fuertemente del lector. Sin embargo, la importancia del contexto de su recepción es indudable. Y es por ello que:
“La obra independiente no existe como tampoco existe el autor independiente. Es, por lo tanto, imposible crear una obra literaria fuera de todo contexto, fuera de todo discurso, y es, de igual manera, imposible comprender o interpretar un texto literario fuera de todo contexto” (Peña Argibay, 2012)
Los planteamientos de la teoría de la recepción, por lo tanto, confieren al lector un lugar primordial. Para Jauss, el lector es él quien da verdadero sentido a la obra litería leyéndola e interpretándola. O sea que la novela se configura a partir de la interacción entre el receptor y el texto, o viceversa No obstante, no quiere decir que el texto pierde de su importancia en la construcción de su significado; no se considera la novela como un todo completo y acabado, sino como una obra llena de lugares de indeterminación que el lector debe completar a partir de pistas en el texto, su contexto y su experiencia personal. Roman Ingarden reconoce que el texto literario es una estructura no fijada por completo; por lo tanto, es el lector quien viene a llenar los vacíos.
“Cuanto más indeterminación hay en un texto, mayor es la participación del lector y su imaginación, que está destinada a llenar los vacíos o los hiatos que existen en el texto y que incentivan el proceso de lectura.” (Morales, 1987)
Estos vacíos, o indeterminaciones, pertenecientes a un texto dado componen el espectro de la noción de lector implícito. Una terminología crea por el teórico Wolfgang Iser. Este lector implícito tiene dos niveles de procedimiento. El primer nivel es reconstructivo, es decir que el lector es capaz de superar las lagunas de indeterminación de los textos (Iser, 1974). El segundo nivel es trascendental cuando el lector va más allá de la simple interpretación y llega a desempeñar el papel de co-creador:
El lector implícito desarrolla estrategias y prácticas de lectura para posibilitar la comprensión del texto. La interpretación y concretización de las relaciones que se procesan y codifican, dependen también de las perspectivas de los actores, acciones, narradores y repertorios del propio texto. (Eco, 1990, p. 41)
Para Friedrich Schlegel, la construcción del lector implícito es todo un proceso que empieza con el autor que crea a sabiendas de que habrá un lector activo detrás para la interpretación de la obra:
El escritor analítico observa al lector, observa cómo es. Luego hace su cálculo, dispone sus máquinas para obtener el efecto apropiado en el lector. El escritor sintético construye y crea para sí un lector, como debe ser. No lo imagina tranquilo y muerto, sino vital y contrarrestando. Él deja que aquello que creó devenga escalonadamente ante sus ojos o incita al lector mismo a inventarlo (2012, p. 128)
En este caso, el lector implícito es idealizado por el autor, y estamos delante de lo que llama el lingüista Erwin Wolff :“lector pretendido”. Es decir que el autor tiene la pretensión de pensar que el lector que va a leer su obra es un lector lo suficientemente culto, que tenga la capacidad de utilizar las herramientas adecuadas para ser alterado por el texto. Y que pueda reconstruir el sentido a través de su interpretación.
Sin embargo, Iser a través de su teoría, intenta deshacerse de esta idea de lector ideal y pretendido por el autor ya que, al fin y al cabo, el autor no tiene el poder de forjarse este lector que comparte las herramientas de interpretación que él imagina tampoco que este lector sea metido en un ambiente sociocultural idóneo en el momento de la lectura. Como lo afirma García:
Esto representa un absurdo, una “imposibilidad estructural de la comunicación”, y un callejón sin salida, dado que, de poder producirse la creación de ese lector ideal, no sería sino una copia del autor, una profecía autocumplida que haría innecesaria la transmisión del mensaje. (2017)
Otra noción de lector activo que es imprescindible estudiar es la de “lector modelo” de Umberto Eco. Cuya primera aparición se hizo en su libro: Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo. La reflexión de Eco es que de un texto pueden darse muchos significados dependiendo del contexto.
Para Eco, sí que el texto se encuentra abierto a múltiples interpretaciones. Sin embargo, la interpretación tiene que ajustarse a las intenciones primarias del texto literario, sino la interpretación sería “aberrante” o/y con “uso arbitrario” del texto. “De modo que, y aquí reside el núcleo de la cuestión, aunque virtualmente puedan darse «infinitas interpretaciones» de los textos, en la praxis interpretativa no todas ellas son válidas”. Y así lo resume la literata García De Quesada :
En la teoría del Lector Modelo, el texto se convierte en el elemento que viene a asegurar la cooperación interpretativa, es decir, actúa como garantía de que efectivamente sí existen varios o múltiples sentidos verdaderos del texto, por contraposición a otros sentidos que no lo son tanto. (2003)
Umberto Eco, habla de “actualización” de sentido en el momento de la interpretación del texto literario por parte del lector modelo porque cada lectura proporciona aportar nuevas apreciaciones de valor al texto. Por ejemplo, una obra literaria es plagado de elementos no dichos que el lector tendrá que sacar por sí mismo.
Desde esta óptica, se pronuncia Eco:
Lo «no dicho» significa: no manifiesto en la superficie, en el plano de la expresión : pero precisamente son esos elementos no dichos los que deben actualizarse en la etapa de la actualización del contenido. Para ello, un texto (con mayor fuerza que cualquier otro tipo de mensaje) requiere ciertos movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte del lector.” (2000)
Contrariamente a lo leído antes en la teoría del lector implícito de Iser que consideraba el lector como un co-creador ; para Eco el lector tiene más bien el papel de colaborar pero no producir. Tal como lo señala Capozzi :
Deberemos recordar que Eco atribuye al lector el papel de colaborador y de intérprete de los significados de un texto, y no el de coproductor. Por consiguiente, los diversos signos, las expresiones hipercodificadas, las pistas textuales, los rebotes intertextuales y los indicadores de ficción son estrategias que tienen por objetivo atraer al lector para hacerle cooperar en la interpretación de la pluralidad de significados de la novela con su competencia literaria, semiótica e intertextual. (1997)
2. Horizontes de expectativas del lector según Gadamer y Jauss :
Una noción de primera importancia en la teoría jaussiana es la del horizonte de expectativas. Este concepto es conocido como siendo un sistema de referencias que aparece en todo texto literario cuando esta publicado. O dicho de otra manera, es un concepto visto como un punto de mira a través del cual un lector juega el papel de configurar la imagen del texto. Tal como el concepto catharsis de Jauss, ambos conceptos asumen el proceso de identificación y configuración para que el texto entre en relación con el contexto.
Según Jauss, El horizonte de expectativas se divide en dos niveles complementarios que son una fusión de horizontes:
-
El horizonte de expectativas (literario o de la obra), surge del texto mismo según la intención del autor. Esta indicado por las orientaciones que acompañan al texto que son conocimientos habilitados por las normas comunes como el género, la forma o la temática.
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El horizonte de experiencias (social o del receptor), es el conocimiento previo del lector. Que incluye las expectativas concretas del lector con sus intereses, necesidades y experiencias, condicionado además por las circunstancias sociales, las específicas de cada estrato social y las biográficas (Jauss, 1987)
Explicado de otra forma, esta fusión de horizonte hace que todo lector posee un horizonte de expectativas previo, predispuesto a utilizarlo en el momento de la lectura activa de la novela. Además de las orientaciones del autor preconocidos por todo lector avisado, el texto puede evocar aspecto conocido al lector, provocar emociones o bien intrigar para que haya ganas de continuar descubriendo el transcurso del relato. En estos casos puede también el texto seguir un esquema o un sistema de reglas de juego familiares al lector. Todo eso ayudara a la comprensión del texto leído.
Así lo explica también Jauss en su libro “El lector como instancia de una nueva historia de la literatura”:
La fusión de los dos horizontes –el dado previamente por el texto, y el aportado por el lector– puede realizarse espontáneamente en el disfrute de las expectativas cumplidas, en la liberación de los imperativos y la monotonía de la vida ordinaria, en el acceso a una propuesta de identificación o, de manera aún más general, en la afirmación de una ampliación de la experiencia. Pero puede producirse también reflexivamente como consideración distanciada, como reconocimiento de lo extraño, como descubrimiento del modo de proceder, como respuesta a un estímulo mental, y, a la vez, como apropiación, o bien como negativa a recibir las cosas en el propio horizonte de experiencias. (1987)
A partir de aquí, pasamos a la comprensión de la interpretación de una lectura por parte del lector según las teorías de Hans: Georg Gadamer. Fundador de la Escuela Hermenéutica. Jauss reconoce explícitamente fuertes influencias de la hermenéutica de Gadamer, que aplicará a sus investigaciones sobre la historia literaria. Y para que haya un mejor entendimiento de la relación entre la estética de la recepción y los conceptos de Gadamer, hay que señalar más a grandes rasgos sus principales puntos en común que son la necesidad de interpretar los textos literarios y la centralidad de la conciencia histórica en la relación dialógica entre el lector y el texto.
Gadamer afirma que la interpretación lectora no tiene que ser limitada o arbitraria, siguiendo normas preestablecidas por convenciones que encierran la mente dentro de un proceso limitado y reducido. Afirma que a pesar de empezar la lectura con ideas preconcebidas siempre que profundizamos en la lectura, la idea primaria se va cambiando y reformulándose o bien seguir la misma pero no se puede saber antes de que haya una lectura profundizada y esta misma lectura y su interpretación varia de una lectura a otra, de un contexto a otro y claramente de un lector a otro. ”Como este proceso puede prolongarse al infinito, nunca podemos afirmar que hemos dado la interpretación última y definitiva.” (Gadamer, 1998)
Así que, para Gadamer, la obra de arte que es el texto literario cobra verdadero sentido siendo un juego dialógico. Este juego permite entablar un diálogo entre el autor, mediante el texto, con el lector activo. Generando así diversas respuestas y cambios en el entendimiento de cada lector. Tal como lo corrobora en su libro Estética y Hermenéutica:
Sólo en la transformación tiene lugar la obra de arte en su ser auténtico, en ella alcanza su realidad y lleva a que se transforme también aquél para el que la obra se ejecuta. En resumen, el sentido del arte se realiza en su plenitud únicamente a partir de la mediación hermenéutica del diálogo, en la que la obra artística puede comunicarse y ser escuchada. (Gadamer, 1998)
Con la hermenéutica, Gadamer rechaza la idea de una uniformización del entendimiento. Se opone a la exclusividad dada a la ciencia con su objetivismo como única portadora de verdad. Para él
“la comprensión, más que tratarse de una adquisición de reglas y normas, se trata de cultivar una forma de ser, una sabiduría de la vida, que más que contenidos, señala capacidades de aplicación de ese saber a determinadas situaciones vividas” (Grondin, 2003).
Por lo tanto, Gadamer aspira a una liberación de la comprensión del ser humano saliendo de su reduccionismo latente.
Para ilustrar las teorías literarias anteriormente citadas, nos interesamos ahora a una experiencia estético-literaria realizada por Suárez, V. en un aula bajo forma de práctica pedagógica. (el grafico abajo ilustra esta experiencia). Mediante esta práctica, fueron observados y analizados los procesos alcanzados por los estudiantes para llegar a interpretar unos fragmentos de novelas.
Los resultados demuestran que la literatura crea espacios para la imaginación. Que el estudiante, durante el acto de lectura, puede ser coparticipe, inventando vías diferentes en el mundo co-creado. Interpreta y produce transformaciones significativas en su conciencia. O sea que el lector juega con el texto literario y comparte con el grupo, en clase, sus experiencias de lectura que permitieron al fin y al cabo fomentar la lectura de obras literarias.
En este proceso imaginativo vivido por el estudiante, interviene lo que hemos anteriormente denominado: el horizonte de expectativas del lector. O sea que el lector encuentra relaciones en el texto con su propia experiencia, vivida o anticipada. Lo que estimula más su conexión al texto. Por consiguiente, el lector se siente satisfecho por haber logrado encontrar un sentido a su lectura siendo un co-creador. Como lo señala Suárez:
“las redes afectivas de conexión con el texto se ponen en funcionamiento. Y es en este punto donde se produce una experiencia estética, una relación emocional con el artefacto literario.” (2014)
Conclusión
Bajo un panorama de teorías literarias recepcionistas y de sus componentes elementales, hemos podido llegar a la conclusión de que la interpretación es la base de toda obra literaria. Mediante los trabajos de los teóricos como Jauss y Eco, hemos podido comprender los procesos y elementos que condicionan la interpretación y la decodificación de las producciones literarias.
Nuestra época está marcada por el descubrimiento de nuevos horizontes de comprensión enfocados en le figura del receptor, o sea el lector. Estamos en el umbral de un nuevo paradigma recepcionista. Por ello, resulta indiscutible afirmar que el lector forma parte indispensable de la cadena de comprensión de un texto del mismo modo que el autor y el contexto. Es decir que el lector es el último elemento de la triada de comprensión lectoral:
“En el triángulo formado por autor, obra y público, este último no es sólo la parte pasiva, cadena de meras reacciones, sino que a su vez vuelve a constituir una energía formadora de historia. La vida histórica de la obra literaria no puede concebirse sin la participación de aquellos a quienes va dirigida.” (Piña, 1987)
Una novela es una obra de arte acabada textualmente que va a vivir una multitud de actos de interpretación. Como si el autor la había puesto en una botella y luego la arrojaría al mar sin saber cuál va a ser su destino.
El escritor de la novela no es todo poderoso dentro del universo de su novela solamente porque es su creación. Da forma y contenido al relato pero sin la participación activa del lector, la obra no es finalizad: “El hombre y el discurso detrás de la obra se reflejan en el carácter dual de la misma y este dualismo se hace ver en la lectura, ante la obra. No porque sea la intención del autor, sino porque su carácter ontológico lo conlleva. En la dualidad entre acontecimiento y sentido se objetiva el individuo y se refleja el mundo.” (Peña Argibay, 2012)