La imagen del moro en la literatura española de los siglos XVI- XIX

صورة المور في الأدب الإسباني من القرنين السادس عشر إلى التاسع عشر

Le Maure dans la littérature espagnole des XVIe-XIXe siècles

The image of the Moor in Spanish literature in the 16th-19th centuries

Abbas Amel

للإحالة المرجعية إلى هذا المقال

بحث إلكتروني

Abbas Amel, « La imagen del moro en la literatura española de los siglos XVI- XIX  », Aleph [على الإنترنت], نشر في الإنترنت 22 février 2025, تاريخ الاطلاع 23 février 2025. URL : https://aleph.edinum.org/13815

En este estudio, examinaremos la representación en la literatura de la figura del moro en los siglos XVI y XIX, siendo el primero de ellos caracterizado por la promulgación de edictos contra los moriscos y la obsesión con la pureza de sangre. La presencia constante de la imagen del Otro (que podía ser el Islam, el morisco, el sarraceno o el turco) en la literatura española data de la Baja Edad Media, cuando España, entre otros países europeos, se enfrentaba a una civilización arabo-musulmana en plena expansión territorial, religiosa y cultural. Esto contribuyó al refuerzo de la imagen que se tenía de él en la imaginación popular y colectiva. Es necesario precisar que los estereotipos sobre el moro han estado sujetos a diferentes cambios político-históricos que han evolucionado con el tiempo. Dicha percepción del Otro oscilaba generalmente entre una imagen romántica y atractiva de un ideal imposible e inexistente del noble moro granadino y la del moro infiel, salvaje, traidor y asesino que abordaremos en este tratado.

في هذه الدراسة، سنقوم بدراسة تمثيل شخصية المور في الأدب من القرن السادس عشر والتاسع عشر، حيث يُميز القرن الأول بإصدار مراسيم ضد الموريسكيين والهوس بنقاء الدم. إن حضور صورة الآخر (التي يمكن أن تكون الإسلام أو الموريسكي أو الساراسيني أو التركي) في الأدب الإسباني يعود إلى أواخر العصور الوسطى، عندما كانت إسبانيا، إلى جانب بلدان أوروبية أخرى، تواجه حضارة عربية-إسلامية في توسع إقليمي وديني وثقافي كامل. وقد ساهم ذلك في تعزيز الصورة التي كانت موجودة في الخيال الشعبي والجماعي. من الضروري هنا أن نوضح أن الصور النمطية عن المور قد خضعت لتغييرات سياسية وتاريخية مختلفة تطورت على مر الزمن. كانت هذه التصورات عن الآخر تتأرجح عمومًا بين صورة رومانسية وجذابة لغاية غير موجودة وغير ممكنة للمور النبيل من غرناطة وبين صورة المور الكافر والوحشي والخائن والقاتل، والتي سنتناولها في هذا البحث.

Dans cette étude, nous examinerons la représentation de la figure du moro dans la littérature des XVIe et XIXe siècles, le premier siècle étant marqué par la promulgation d’édits contre les morisques et l’obsession pour la pureté du sang. La présence constante de l’image de l’Autre (qui pouvait être l’Islam, le morisque, le sarrasin ou le turc) dans la littérature espagnole remonte au bas Moyen Âge, lorsque l’Espagne, parmi d’autres pays européens, était confrontée à une civilisation arabo-musulmane en pleine expansion territoriale, religieuse et culturelle. Cela a contribué au renforcement de l’image que l’on avait de lui dans l’imaginaire populaire et collectif. Il est nécessaire de préciser que les stéréotypes concernant le moro ont été sujets à différents changements politico-historiques qui ont évolué au fil du temps. Cette perception de l’Autre oscillait généralement entre une image romantique et attrayante d’un idéal impossible et inexistant du noble moro granadin et celle du moro infidèle, sauvage, traître et meurtrier que nous traiterons dans ce traité.

In this study, we will examine the representation of the Moor in literature from the 16th and 19th centuries, with the first century marked by the promulgation of edicts against the Moors and the obsession with blood purity. The constant presence of the image of the Other (which could be Islam, Moor, Saracen, or Turk) in Spanish literature dates back to the late Middle Ages, when Spain, among other European countries, faced an Arab-Muslim civilization undergoing territorial, religious, and cultural expansion. This contributed to the reinforcement of the image held of it in the popular and collective imagination. It is necessary to specify here that stereotypes about the Moor have been subject to different political-historical changes that have varied over time. This perception of the Other generally vacillated between a romantic and attractive image of an impossible and non-existent ideal of the noble Moor from Granada and that of the unfaithful, savage, treacherous, and murderous Moor, which we will address in this treatise.

Introducción 

La imagen del moro en la literatura española de los siglos XVI al XIX ofrece una ventana fascinante a las complejas dinámicas culturales, sociales y políticas de la España posreconquista. Durante este extenso período, la figura del moro, descendiente de los musulmanes que habían ocupado la península ibérica, se convierte en un símbolo cargado de ambigüedad y contradicciones. A partir de la Reconquista y la posterior expulsión de los moriscos en el siglo XVII, esta imagen evoluciona significativamente, reflejando no solo el impacto de los acontecimientos históricos, sino también los cambios en las percepciones sociales y políticas.

En el contexto de la literatura, el moro aparece en una variedad de representaciones, desde el noble y valiente caballero hasta el traidor y peligroso enemigo. Estas representaciones literarias no solo capturan las ansiedades y tensiones de la época, sino que también contribuyen a la construcción de una identidad nacional que busca definir y consolidar el « nosotros » en contraste con el « otro ». Esta dualidad en la representación del moro proporciona una perspectiva crítica sobre cómo las narrativas literarias han influido en la percepción de la alteridad y en la justificación de políticas de exclusión y marginación.

El objetivo de este estudio es analizar la evolución de la imagen del moro en la literatura española desde el siglo XVI hasta el XIX, identificando los principales factores históricos, culturales y políticos que influyeron en su representación. Se busca explorar cómo estas representaciones literarias reflejan y, a su vez, moldean las percepciones de la alteridad y la identidad nacional en España, así como entender el impacto de estos discursos en la construcción de una narrativa histórica que justifica la exclusión y marginación de los moriscos y sus descendientes en la sociedad española.

1. La percepción del mundo musulmán en la historia española : de la fascinación a la expulsión

La visión española del mundo musulmán desde la ocupación de la península ibérica en 711 ha conocido múltiples etapas y se ha traducido en diferentes actitudes, según la evolución social y política de su historia. Reducida y simplificada, esta visión se resume, conforme al análisis pertinente del romancero español Juan Goytisolo, verdadero conocedor del mundo cristiano e islámico, en lo que él llama las dos caras del moro en la literatura. Por ejemplo, en el Romancero viejo, que es un conjunto de canciones populares españolas, se presenta al moro como un enemigo feroz, pero también como un ser lleno de dignidad y honor. Estos contrastes reflejan las percepciones duales que los españoles tenían de los musulmanes, tanto como adversarios como seres admirables.

Este erudito crítico contemporáneo considera que la posición central ocupada por el islam en el universo mental hispánico no puede escapar de la atención de ningún observador, aunque sea superficial, de nuestra literatura. Asustado, deseado, luchador, injusto, el musulmán, sarraceno, moro, turco o magrebí, alimenta desde hace siglos las leyendas y las fantasías, inspira las canciones y los poemas, es el protagonista de los dramas y de los romances, y estimula poderosamente los mecanismos de nuestra imaginación. Para Juan Goytisolo, la fascinación constante que ejerce sobre los escritores españoles responde a una serie de circunstancias históricas que el pensador tradicionalista Manuel García Morente ha expuesto con intuición y una claridad increíble :

« Desde la invasión árabe, el horizonte de la vida española está en efecto dominado por el contraste entre el cristiano y el moro... todo lo que no es ‘nuestro’ es a la vez musulmán y extranjero. Lo que es nuestro es a la vez cristiano y español. La afirmación de lo que es nuestro abraza simultáneamente y globalmente el hecho de ser español y católico, tal como la negación de lo que no es nuestro se extiende igualmente a la religión y a la nación del intruso. Aun hoy en día, en las campañas andaluzas, se da el apelativo de moro al niño no bautizado, en otro término expósito... para los enemigos también radicalmente semejantes, existen treguas, piedad y aun algunas alianzas transitorias, pero, amigo o enemigo, maestro o discípulo, el moro es siempre el otro, aunque viva en la misma región o la misma ciudad ; es el otro en los dos sentidos inseparables de otra religión y de otra nacionalidad... durante ocho siglos, no hubo diferencia entre el hecho de no ser árabe y el hecho de ser cristiano ; la negación implica la afirmación y la afirmación lleva en ella la negación. ». (Manuel García Morente 1961 : 10 )

De tal modo, según la historiadora María Rosa de Madariaga, la imagen y la representación que el pueblo español guarda del moro no remonta al periodo de la Reconquista, sino que se ha forjado más tarde. Por ejemplo, durante la Edad Media, el rey Alfonso X, conocido como el Sabio, compiló en su General estoria relatos sobre las batallas y las luchas contra los musulmanes, presentándolos a menudo como adversarios poderosos pero también dignos de respeto. Sin embargo, más tarde, con la unificación de los reinos cristianos bajo los Reyes Católicos, esta visión se transformó y los musulmanes comenzaron a ser vistos como un « otro » peligroso que amenazaba la unidad nacional. Recordemos que la presencia musulmana en España durante más de ocho siglos no representaba de ningún modo una lucha perpetua entre los cristianos y el islam ; al contrario, hubo constantemente intercambios entre ambas comunidades, que se traducían en conversiones, convivencias y uniones de poblaciones.

La situación en el terreno fue diferente, como lo subraya Madariaga muy bien en lo siguiente :

« Por encima de la realidad de la frontera que les separaba, unos intereses unieron cristianos y musulmanes. Cada rey intentaba defender su territorio o extenderlo dependiendo de los demás reyes, fueran musulmanes o cristianos. Las batallas, o simples escaramuzas, no fueron únicamente el hecho de reyes cristianos contra musulmanes y viceversa, sino de unos y otros entre sí. » (María Rosa Madariaga 1988 -9 )

Un ejemplo claro de esta convivencia es la figura del moro de Granada, Ibn al-Khatib, quien fue un historiador y poeta musulmán en la corte de los reyes nazaríes. Su obra fue influyente tanto en el mundo musulmán como en el cristiano, y se muestra cómo las élites de ambos lados mantenían relaciones diplomáticas e intercambiaban conocimientos.

No obstante, con el paso de los años, la unidad religiosa terminó por imponerse gracias a la unificación de los reinos de Castilla y Aragón en 1479, lo que favoreció evidentemente la reconquista de los territorios españoles hasta el último bastión musulmán del reino de Granada en 1492. Un ejemplo significativo es la Capitulación de Granada, el acuerdo firmado entre los Reyes Católicos y el último sultán musulmán de Granada, Boabdil. Este acuerdo permitía a los musulmanes permanecer en sus tierras con libertad de religión y costumbres, aunque en la práctica esta « tolerancia » fue efímera y pronto se vio sustituida por la imposición de la conversión o la expulsión.

Este acontecimiento mayor de la historia de España permitió a los Reyes Católicos tener la total soberanía sobre toda la península ibérica y les incitó a adoptar una política de intolerancia y represión hacia estos musulmanes que proclamaban incesantemente sus derechos, los más principales de práctica cultural y religiosa. Por ejemplo, la creación de la Inquisición en 1478 fue uno de los primeros pasos hacia la persecución religiosa de los musulmanes, que fueron forzados a abandonar sus costumbres y a integrarse completamente en la sociedad cristiana, o enfrentar la persecución.

Este cambio radical instaurado por la nueva política de las autoridades españolas hacia la comunidad musulmana, más reprimida y marginada, les hizo la vida difícil e insoportable, a pesar de los pactos establecidos para garantizar la seguridad y la protección de sus bienes y derechos naturales después de la capitulación de Boabdil.

Las protestas y manifestaciones de dichos musulmanes, moros o hispanoárabes, se expresaban vivamente y se volvieron virulentas frente a esta nueva situación de injusticia, violencia y exacción, que apretaban progresivamente el cerco sobre ellos. Un ejemplo claro de este descontento es la rebelión de los moriscos en las Alpujarras (1568-1570), donde los moriscos se levantaron contra la política de represión y la persecución religiosa, lo que culminó en su brutal represión por parte de las autoridades españolas.

Así, la imagen del moro, la representación de este musulmán de España, comenzó a degradarse de una manera peligrosa y se propagó a través de todo el territorio de la península ibérica. Por ejemplo, las representaciones de los moros en la literatura del Siglo de Oro, como en la obra de El Caballero de Olmedo de Lope de Vega, muestran una visión estereotipada del musulmán como traidor y enemigo, incluso en los casos donde no existe una confrontación directa.

Esta degradación rápida hacia los « hispanomusulmanes », nativos del país, se debe principalmente a dos factores esenciales que han ayudado a la construcción de esta imagen. Ante todo, la existencia de la población musulmana rebelde y refractaria a la conversión obligada al cristianismo (María Rosa Madariaga 1988 -9 ), la cual, bajo el reino inquisitorial, iba a ser morisca (moriscos : musulmanes bautizados cristianos) a partir de comienzos del siglo XVI ; y luego los ataques sucesivos de los corsarios de Argel, Marruecos y otomanos que acudían constantemente en ayuda de sus correligionarios musulmanes perseguidos y acosados en su tierra natal.

Recordemos que el bautizo fue finalmente impuesto a todos estos musulmanes de Granada por un decreto de Fernando el Católico. A partir de entonces, hablaremos de los moriscos para designar a estos nuevos cristianos. El periodo de la tolerancia ya había desaparecido1.

En efecto, dichos convertidos o falsos convertidos, llamados moriscos o « nuevos cristianos », estaban rigurosamente vigilados y se convirtieron en el principal enemigo interior que debía ser exterminado y perseguido hasta su expulsión definitiva de España en 1609-1614.

La animosidad contra los moriscos fue sobre todo el hecho de una burguesía mediana o baja ; bajos clérigos, pequeños comerciantes o artesanos que les envidiaban y les acusaban de tener el monopolio del comercio, de las artes y de los trabajos y de acaparar, en definitiva, las riquezas. No obstante, la nobleza los protegía generalmente, y en el momento propicio, se opuso a su expulsión. La causa de la oposición a la expulsión es sencillamente que estos nobles tenían a los moriscos como la principal mano de obra para trabajar sus tierras, particularmente en Valencia y Aragón, donde los moriscos representaban una importante fuente de ingresos.2

El testimonio de Aznar Cardona, autor de la revista Expulsión justificada de los moriscos españoles y ferviente enemigo de la comunidad musulmana, reconoce que esta expulsión no fue bien acogida entre la nobleza aragonesa, propietaria de los dominios y territorios donde trabajaban los moriscos. Del mismo modo, Cardona señala la grave situación demográfica y económica en la que quedaron las tierras y lugares abandonados después de su expulsión. Algunos territorios que reunían casi veinte pueblos tardaron más de un siglo en recuperarse, y otros ni siquiera lo lograron. De hecho, frente a tal situación de crisis, algunos señores se dirigieron al rey para explicarle el estado gravísimo de sus fincas abandonadas. En otras regiones, precisamente en Valencia y Aragón, la comunidad morisca representaba casi la mitad de la población. En el mismo sentido, el duque de Híjar, señor de los moriscos, se expresó en un memorial del 25 de julio de 1611 con los siguientes términos : « La necesidad y la estrechez en las cuales me encontré con la expulsión de los moriscos no me incitan de ningún modo a besar la mano de su majestad. » (María Anson calvo 1999 : 25.53)

En cuanto a las masas populares, manipuladas y lanzadas a su persecución, solo obedecieron a las autoridades y siguieron el estado de ánimo que reinaba.

En esta oleada nacional de persecución y odio hacia los hispanomusulmanes durante ocho siglos más o menos, la sociedad española y los hombres de letras de aquella época fueron todos invadidos por la situación dramática que sacudió a la nación ibérica y sumió al país en una crisis económica y cultural inimaginable.

El problema morisco concernía finalmente a todo el mundo. Y se puede decir que todos no estaban a favor de esta tragedia que dividía a los españoles y rompía la armonía social, así como el espíritu de tolerancia que predominó durante mucho tiempo. Sin embargo, y desgraciadamente, la razón de Estado primaba por encima de todo, y los sentimientos de aprobación y de rechazo se expresaban con fervor y discreción por miedo a la delación, altamente castigada.

2. Imagen y representación de los moriscos según Miguel de Cervantes

Entre los ciudadanos españoles pequeños y humildes que compartieron la vida cotidiana con los moriscos, encontramos un ejemplo bastante significativo y revelador de los sentimientos expresados por esos habitantes que rechazaban y desaprobaban por dentro esta expulsión despreciable. El ilustre escritor Miguel de Cervantes aborda en su noble obra Don Quijote de la Mancha la terrible y deshumana tragedia que vivieron los moriscos durante su masivo éxodo forzado de las tierras aragonesas, así como el profundo dolor sentido por los habitantes ante este espectáculo agobiante de sufrimiento y desolación3.

Este drama histórico, que tiene una dimensión de gran alcance en la historia española, no solo refleja la condición de los moriscos, sino también la complejidad de las emociones humanas frente a la injusticia y el sufrimiento. Como señala el historiador F. Marqués Villanueva, esta parte de la obra cervantina « hace irrupción con una desnudez de carne masacrada » que pone en evidencia la violencia y el trauma social de la expulsión (Marqués Villanueva, F. La historia morisca en la literatura de Cervantes).

Tal como lo hemos indicado, la hostilidad contra estos moriscos no fue general. En efecto, Sancho Panza, el escudero de Don Quijote, nos recuerda majestuosamente, en los capítulos 54, 63 y 64 de la segunda parte de Don Quijote, sus reencuentros inesperados con el personaje Ricote, este morisco disfrazado de peregrino alemán, regresado a España para recuperar a su familia y su tesoro, que escondió antes de su huida apresurada después del edicto de expulsión promulgado por Felipe III. La expulsión de los moriscos fue un hecho brutal, producto de la política del absolutismo de Felipe III, quien aprobó el edicto en 1609, el cual forzó a más de 300.000 moriscos a abandonar sus hogares. Este decreto refleja una de las decisiones más trágicas y crueles de la historia moderna de España, que despojó a una parte de su población de su identidad, bienes y pertenencias. La figura de Ricote, que Cervantes nos presenta en Don Quijote, no es solo la de un personaje ficticio, sino que representa el sufrimiento real de una comunidad perseguida por su fe y su origen. A través de él, Cervantes critica las políticas de exclusión que marcaron esa época.

El morisco Ricote reconoció rápidamente a Sancho Panza, quien, después de asegurarse de que se trataba bien de Ricote, se echó en sus brazos. El diálogo entre los dos antiguos vecinos demuestra, lo queramos o no, el cariño que los unía antes del éxodo. Los intercambios de conversaciones entre ambos interlocutores son bastante reveladores de la tragedia que ha separado al pueblo español. Aquellas palabras de Ricote a Sancho son profundas en su sentido :

« Querido amigo… mi buen vecino… ¿cómo es posible que no hubieras reconocido a tu vecino el morisco ? »
Y Sancho le respondió : « ¿Qué diablo te pudiera reconocer con tal disfraz ? Y… ¿cómo te has atrevido a regresar a España ? Porque si te reconocen, pasarás pues una mala aventura. »
Ricote, todo sereno, declara a Sancho : « Si tú no me denuncias, estoy seguro de que nadie podrá reconocerme… »

Del mismo modo, en el relato sobre las circunstancias en las cuales la familia de Ricote abandonó el pueblecito de la provincia de Aragón, ciertas revelaciones nos son brindadas por los propios protagonistas.

Asimismo, aprendemos que, a pesar de sus conversiones a la religión católica, su mujer Francisca Ricota y su hija Ana Félix fueron forzadas a abandonar su país, lo que confió tristemente Ricote, que vino para buscarlas y refugiarse en Alemania.

La conversión forzada de los moriscos al cristianismo es uno de los aspectos más complejos de esta historia. En su obra Historia de la Inquisición en España, Henry Kamen explica cómo la Inquisición persiguió de manera implacable a los moriscos, incluso después de su conversión, por considerarlos sospechosos de seguir practicando el Islam en secreto. La desconexión entre la conversión religiosa superficial y la identidad cultural de los moriscos creó una paradoja : aunque se les forzaba a abandonar su fe, la sociedad española no les otorgó un espacio para integrarse plenamente. En este contexto, la figura de Ricote encarna la lucha por la recuperación de una identidad perdida.

Su total rechazo de la cultura y la fe musulmanas no pudo permitir a Ricote perdurar de nuevo con su familia en su país legítimo. Delante del ansia de Ricote, regresado a España en busca de su esposa e hija obligadas a exiliarse, Sancho le informó de la marcha inesperada y repentina de su hija y del espectáculo deplorable que aquello ocasionó. Todo esto nos está revelado en la obra de Cervantes con estilo conmovedor, realista y profundamente descriptivo del éxodo de los moriscos, arrancados de sus tierras y de su estirpe. Sancho nos relata la herida y la desolación causadas por el exilio de la hija de Ricote :

« …sí vi a tu hija -respondió Sancho-… y puedo decirte que se fue más bella y linda, que toda la gente del pueblo salió para verla, y todos decían que fue la más bella criatura del mundo. Ella se marchaba llorando y abrazando a todas sus amigas y conocidos, y todos los que vinieron para verla… y eso con tanta emoción, que me hizo llorar también, yo, quien jamás solí ser un llorón. »

La empatía de Sancho, que tradicionalmente se considera un personaje de baja clase social, se convierte aquí en un vehículo de compasión y humanidad. Su testimonio refleja el sufrimiento de toda una comunidad obligada a abandonar su hogar, como demuestra la obra de Cervantes. Al igual que otros escritores del Siglo de Oro, Cervantes utiliza su obra para cuestionar y desafiar las injusticias sociales de su tiempo, y la expulsión de los moriscos es una de las manifestaciones más obvias de tales injusticias.

Podemos imaginar a través de este testimonio de Sancho el desastre que padecieron numerosas familias moriscas bajo la obligación de abandonar sus hogares y sus bienes, en unas condiciones de extrema velocidad y totalmente carentes de todas sus posesiones. Estas descripciones e imágenes que Cervantes nos transmite son reveladoras de su profunda tristeza e inmenso dolor compartido, y mucho más por los españoles. ¡Qué terrible pesadilla ! El hilo de la vida familiar está roto.

Finalmente, a pesar del encuentro de Ricote con su hija Ana en esta ficción romanesca, Cervantes deja abierto el final de esta icónica familia morisca, con todas las interrogantes pertinentes que un lector lúcido se plantearía en cuanto a la vida e inimaginables consecuencias de esta separación humana y fratricida.

Este lamentable panorama de consternación persigue vivamente al escritor y estudioso crítico F. Márquez Villanueva, que subraya que la historia morisca en esta obra

« hace irrupción con una desnudez de carne masacrada y con su abominable carga sobre la conciencia, a la vez política y cristiana, de todo español consciente. » (Márquez Villanueva (a) :232)

En efecto, estos tres capítulos nos recuerdan brevemente y claramente el recorrido de la difícil situación de los moriscos a través del caso de la familia morisca de Ricote, que Cervantes evoca para expresar, a su vez, de manera sutil, sus sentimientos hacia este evento trágico4.

Esta ficción apasionante y agobiante del morisco Ricote corresponde maravillosamente a la realidad histórica de la expulsión de los moriscos en el siglo XVII, y contradice, incontestablemente, la caricatura y propaganda anti-morisca corriente y utilizada en aquel entonces.

A través de ella, Cervantes quiere ciertamente destruir este mito falso y generalizado, que hacía de los moriscos : « malos, hipócritas, codiciosos, explotadores, etc. », que desarrollaba esta literatura anti-morisca, y que es, en realidad, ni más ni menos, el verdadero sentimiento de la Inquisición inyectado en el pueblo.

Es así que la representación por Cervantes, de un morisco bueno, sincero, digno y humano, tal como aparece Ricote, rompe inexorablemente con esta tradición literaria donde se propagaba una marea de odio y de confusión mental.

Con la representación de la historia de la familia del morisco Ricote a finales de la segunda parte de Don Quijote, Cervantes quiso seguramente rectificar esta imagen o visión que se hacía de él y, por lo mismo, despertar la conciencia española acerca de este drama histórico de la expulsión de los moriscos, que destruía contingentes de familias, simbolizadas aquí por la familia de Ricote, con la esperanza de no caer nunca más en una tan grave e irreparable injusticia humana.

El erudito Cervantes termina su capítulo de la familia morisca de Ricote por una cierta nota de tristeza y de gran amargura, que correspondía a estas despedidas, ilustrando así el sentimiento del mismo Cervantes que veía desaparecer definitivamente con sus familias « los últimos destellos de una cultura que, durante siglos, ha dado mucha gloria a España.» (Gonzáles Palencia, A.1948 :109)

Ante esta amplia campaña de propaganda imaginaria, que acrecentaba sin cesar y voluntariamente el miedo de los moriscos, fue más difícil a los hombres de letras quedarse insensibles frente a esta crisis, y raros son los escritores españoles de los siglos XVI y XVII que no abordaron o trataron por lo menos una vez esta cuestión perpleja y nacional.

Notaremos pues una plétora de actitudes y de aproximaciones literarias del Siglo de Oro acerca de la representación, la consideración y el imaginario español sobre los moriscos. Algunos autores manifestaban una hostilidad y odio sin límites hacia los moriscos, otros los caricaturizaban y destacaban todos los defectos de un personaje ridículo, pérfido, perezoso, hipócrita, codicioso, etc. Y no son numerosos los que les reservaban un tratamiento indulgente y comprensible.

Esta trilogía imaginaria sobre los moriscos alimenta la literatura fecunda y abundante hacia los españoles musulmanes cuya imagen fue degradada a ciegas y de manera muy rápida. Teniendo en cuenta la importancia de la problemática morisca y de sus enormes repercusiones socio-políticas asombrosas, la literatura del Siglo de Oro no podía eludir este acontecimiento social, por la sencilla razón de que esta envergadura atormentaba a toda la conciencia española.

3. Representación de los moriscos en el teatro de Lope de Vega

El teatro, sin embargo, manifiesta su verdadero interés por el morisco más tarde, durante y después de la expulsión. Los dramaturgos se inspiraron en la amarga actualidad socio-política para escenificarlo5.

La representación del morisco en las obras teatrales del Siglo de Oro no se limita a un simple reflejo de la sociedad de la época, sino que también refleja las tensiones sociales, religiosas y culturales derivadas de las políticas de asimilación y expulsión impuestas por la monarquía de los Austrias.

Lope de Vega, para quien nada de lo español le es ajeno, distingue, por una parte, al moro idealizado con una imagen noble y caballeresca, tal como lo vemos en El remedio en la desdicha, y, por otra parte, lo presenta como el morisco humilde y miserable, que juega el papel burlesco, grosero y cómico con un lenguaje alterado y sibilante en su manera de hablar6.

El dialecto que Lope de Vega utiliza más en su obra es el del morisco, cuyo personaje es casi siempre el bufón, un cómico de tipo inferior, que, en la comedia, hace reír al público. Se sirve de las deficiencias lingüísticas, fonéticas y morfológicas que revelan el habla morisca (aljamiado), solo para innovar la personalidad del « cómico », que interesa y entretiene mucho a los espectadores con su personalidad fuertemente articulada y ridícula.

Puesto que el morisco no puede pronunciar correctamente los fonemas p, ñ, s, ll, y los diptongos, aparece una cierta entonación con respecto al acento español burlesco, provocando así risas intensas del público, que ya conoce suficientemente el problema para reírse a su costa, pero al mismo tiempo aprovecha la ocasión para burlarse, aunque los moriscos no lo hagan adrede. La dificultad que sienten para articular algunos términos españoles les obstaculiza, como en « cochillos » por « cuchillos », « joro » por « juro », « hedalgo » por « hidalgo », « texeras » y « merar » por « tijeras » y « mirar ».

Del mismo modo, la sonorización abusiva de algunas consonantes sordas, como en « guadrado » por « cuadrado » o « disbarates » por « disparates » o « badre » por « padre », representa una realidad fonética y plantea algunas dificultades en el habla morisca.


Estos son índices lingüísticos que Lope de Vega utiliza y pone en boca de sus personajes moriscos o árabes para destacar el aspecto intenso de sus comedias y hacer reír a carcajadas a su público.

Observamos, pues, en el teatro de Lope de Vega, la voluntad de imitar el lenguaje morisco con una intención puramente escénica y cómica. La imagen que nos transmite del morisco, estúpido, gracioso o bufón, aparece aquí como normal y común para cualquier otro personaje, sin ninguna alusión realmente indigna o degradante.

Es evidente que la gran preocupación del dramaturgo es la de divertir a la gente y, por consiguiente, emplea todos los recursos para alcanzar su objetivo, sin querer ciertamente ofender a los moriscos, que seguramente conoció durante su estancia en Madrid y Valencia.

Lope de Vega mismo estaba en contacto con moriscos, lo que refuerza la idea de que sus representaciones no necesariamente buscaban una crítica directa a su humanidad, sino que más bien reflejaban las normas y expectativas sociales de su tiempo.

Para lograr su meta, Lope de Vega opone a la imagen idealizada del morisco, antes evocada en los romances, la de un personaje humilde, vendedor o jardinero, capaz de provocar una atmósfera irónica con su manera de hablar.

Es importante considerar que, en el contexto de las políticas de asimilación forzada y las persecuciones contra los moriscos tras la Expulsión de 1609, las representaciones teatrales no solo ofrecían entretenimiento, sino que también funcionaban como un medio para transmitir las tensiones sociopolíticas de la época. Las obras de Lope de Vega eran conscientes del clima de discriminación y del distanciamiento social hacia los moriscos, quienes fueron sometidos a un proceso de « aculturación » que buscaba erradicar su identidad islámica en favor de una asimilación forzosa al cristianismo.

Por otra parte, Lope de Vega recurre igualmente a los platos populares de los moriscos a través del personaje cómico, Zulema o Salima, en su comedia La envidia de la nobleza, cuando dice : « pasa, trigo, o cuscús, agua, pepino, melón » o cuando los músicos árabes que cantan en El cerco de Santa Fe repiten en lírico coro :

« avoir beaucoup de raisin secs et de figues
et beaucoup de viandes salées et brebis… ». (
La envidia de la nobleza, ed. academia., t.XI, Madrid, 1900 : 31)


Estas referencias a alimentos y costumbres moriscas pueden ser vistas como una forma de ridiculizar los hábitos alimenticios y culturales de los moriscos, un tema común en la literatura anti-morisca del Siglo de Oro. La repugnancia del vino y de la manteca de cerdo es bien conocida para el morisco, un elemento muy explotado y retomado por sus adversarios cristianos, que los dramaturgos incorporan frecuentemente en sus comedias como un tema muy divertido y bien apreciado por el público de aquella época.

En este sentido, el famoso coro señalado por Correas : « jarra sin vino, olla sin tocino, mesa de judíos y de moriscos » es muy revelador de la importancia de este tema en la literatura anti-morisca. Aquí, la comedia no solo explota la diferencia cultural para generar risa, sino que también refuerza los prejuicios y estereotipos que justificaban la exclusión y discriminación social de los moriscos en la sociedad española post-expulsión.

El teatro de Lope de Vega no solo ofrece un retrato literario de los moriscos, sino que también refleja las dinámicas sociopolíticas del Siglo de Oro, una época en la que la « pureza de sangre » y la identidad cristiana eran considerados elementos cruciales para pertenecer a la sociedad española. El uso de la figura del morisco como un personaje cómico y marginado en la comedia refleja la compleja relación entre los moriscos y la sociedad cristiana. A través de estos personajes, Lope de Vega participa, consciente o no, en la construcción de una narrativa que valida la expulsión y el rechazo de los moriscos al mismo tiempo que juega con la subversión de estos estereotipos a través de la comedia. La figura del morisco no es solo un objeto de burla, sino también una forma de visualizar y exponer los conflictos de identidad y pertenencia que marcaron el periodo de la expulsión.

4. Visión de los moriscos por Calderón de la Barca

Calderón de la Barca, dramaturgo clave del Siglo de Oro español, muestra un interés notable por la temática morisca, abordándola en varias de sus obras, lo que pone de relieve las tensiones sociales y políticas de la época. En sus escritos, especialmente en Amar después de la muerte (1635), se muestra una profunda preocupación por la complejidad de la situación morisca, cuyas consecuencias dramáticas, tanto humanas como políticas, siguen siendo un tema candente en el contexto de la historia española. En este sentido, Calderón no solo ofrece una representación de los moriscos como estereotipos simplificados, sino que los presenta con una humanidad compleja, permitiendo que se perciba una visión más matizada y comprensible de esta comunidad condenada a vivir en la marginalidad tras la Reconquista.

En Amar después de la muerte, Calderón introduce al morisco no solo como un gracioso cómico, como ocurría en otras comedias de la época, sino como un personaje de gran seriedad y dignidad. El héroe de la obra, Álvaro Tuzaní, encarna un tipo de nobleza diferente, aquella que es cuestionada y desplazada por las circunstancias históricas. Esta obra destaca por su punto de vista original y remarcable, que no solo aborda las tensiones entre moriscos y cristianos, sino que también reflexiona sobre las implicaciones de la violencia y la discriminación hacia esta comunidad en el contexto de la política de homogeneización religiosa impuesta por la Corona española. En este sentido, Calderón se muestra razonable, imparcial e incluso defensor de los derechos de los moriscos, lo que es notable dado el contexto de fervor religioso y político que prevalecía en la España de la época.

Aunque Calderón no defiende abiertamente la rebelión morisca de los años 1568-1571, su tratamiento de la cuestión es ambivalente. Si bien no se muestra partidario de la revuelta, da voz a las causas que la motivaron, subrayando la dignidad de aquellos que, como Tuzaní, se ven atrapados entre la lealtad a su fe y la opresión de un sistema que los margina y los expulsa. Es interesante notar cómo, al presentar a Tuzaní como un héroe cuya nobleza se reconoce incluso por sus adversarios, Calderón va más allá del mero entretenimiento, sugiriendo que la expulsión de los moriscos no fue un acto de justicia, sino más bien una manifestación de un sistema político que sacrificaba la justicia humana en favor de la unidad religiosa. Como señala el Conde de Schack, la representación de Calderón es un « cuadro brillante y animado del sublevamiento de los moriscos », una afirmación que muestra el enfoque imparcial del autor al tratar temas tan delicados.

Además, Calderón hace un uso notable de la figura del morisco para cuestionar la naturaleza de la « justicia » cristiana. La figura de Tuzaní, perdonado por Juan de Austria, simboliza una forma de reconciliación que se desvincula de las tensiones políticas y religiosas del momento. La famosa estrofa

« Viva El Tuzaní, quedando
la más amorosa hazaña
del mundo escrita en los bronces
del olvido y de la fama »

recitada por el general cristiano, refuerza la idea de que el héroe morisco no solo es digno de respeto, sino que su acción ha sido tan significativa que trasciende los límites de la enemistad religiosa.

Este tipo de representación no solo tiene un valor narrativo, sino también un profundo contenido simbólico en el contexto de las políticas de asimilación forzosa de la época. En un momento en que los moriscos eran percibidos por muchos como un « problema » social y religioso, Calderón ofrece una visión matizada que invita a la reflexión sobre la justicia y la humanidad. De hecho, en la obra, el tratamiento de los moriscos está marcado por una perspectiva profundamente humana, lo que contrasta con las representaciones contemporáneas que tendían a demonizar a esta comunidad.

La crítica implícita de Calderón a las políticas de expulsión puede leerse también a través de la figura de Tuzaní, quien, a pesar de ser parte de una comunidad marginada, posee cualidades que la sociedad cristiana valora : honor, lealtad, y un profundo sentido de justicia. Este tratamiento favorable de los moriscos va más allá de una mera representación de héroes « exóticos » o « mártires », sino que presenta un desafío a los prejuicios que de manera sistemática se habían formado sobre ellos, al situarlos en un plano de igualdad con los personajes cristianos.

En resumen, Amar después de la muerte no solo representa a los moriscos de manera favorable, sino que subraya la injusticia de la expulsión y los perjuicios que padecieron. Calderón, al tratar a sus personajes moriscos según un plan estrictamente humano, busca desmentir la idea de que la expulsión fue un acto justificado, al contrario, sugiere que dicha acción fue el producto de un conflicto ideológico que no tenía en cuenta la dignidad humana. La obra, por tanto, se inscribe en un contexto de denuncia social y política, al poner en evidencia los prejuicios y las injusticias que llevaron a la discriminación de los moriscos, y propone, indirectamente, una reconciliación basada en la humanidad común de todos los individuos, independientemente de su origen religioso o cultural.

En cuanto al ingenioso y satírico Francisco de Quevedo, se servía del morisco como personaje cómico en contextos tanto graves como humorísticos. En su obra Confesión de los moriscos, Quevedo utiliza el comportamiento de una morisca, quien, forzada a la conversión, rechaza casarse con un cristiano. Cuando se le pregunta la razón de su rechazo, ella responde con ironía : « No hay buen marido si no es un morisco ; no sé por qué podría construir una casa, si no es por miedo de casarme con uno que me obligaba a ser cristiana. » Esta respuesta satírica ilustra la complejidad y las tensiones de la época con respecto a la integración de los moriscos en la sociedad cristiana.

Además, que Quevedo utilice la figura de la mujer morisca para expresar esta ironía puede entenderse como un comentario sobre las relaciones de poder, género y religión de la época, donde la mujer morisca, una figura subordinada en el contexto cristiano, actúa con una ironía que cuestiona los valores de la sociedad dominante.

En contraste, Miguel de Cervantes, a quien se le atribuye una gran reputación de ferviente adversario de los moriscos, aborda esta temática en sus obras Los trabajos de Persiles y Segismunda, El coloquio de los perros y Don Quijote. Cervantes trata la cuestión de la expulsión de los moriscos de manera extensa, y el análisis crítico de estas obras ha llevado al cervantista Francisco Márquez Villanueva a afirmar :

« La crítica se ha desorientado frecuentemente interpretando como irreconciliables contradicciones las evoluciones del problema en las tres obras, afirmando, por ejemplo, que Don Quijote es favorable a los moriscos y El Persiles desfavorable. » Márquez Villanueva (a)

Esta ambivalencia en la representación de los moriscos en Cervantes no es meramente anecdótica, sino que refleja las contradicciones del período barroco, una época marcada por una tensión entre las aspiraciones humanistas y las políticas de exclusión. Paul Hazard, al (1949) examinar el doble discurso de Cervantes, afirma :

« Ante una medida inaceptable y violenta para todo espíritu liberal, el prudente Cervantes desaprueba discretamente y aprueba con resplandor, como tributo a un periodo donde la hipocresía fue necesaria para sobrevivir. »

Esta observación subraya cómo el elogio y la crítica a los moriscos a menudo estaban condicionados por las circunstancias políticas y sociales, reflejando la necesidad de navegar entre las tensiones del periodo.

5. Reevaluación romántica del mundo musulmán

Con el tiempo y una vez descartados los peligros del imperio otomano, así como la represión de los moriscos, surge en el siglo XIX una nueva imagen del moro, mucho más refinada, que representa la nobleza del reino nazarí y los Abencerrajes. Esta revalorización del mundo musulmán se alinea con el Romanticismo, que rescata y embellece el pasado de al-Ándalus. Inspirada en los romances fronterizos y moriscos —composiciones poéticas que exaltan las virtudes caballerescas y las hazañas del mundo musulmán—, esta visión romántica ofrece una nueva apreciación de la España musulmana.

El Romanticismo, influenciado por el gusto por lo exótico y lo oriental, encuentra en Andalucía un paisaje fascinante, donde el exotismo y el pasado de la civilización andaluza cautivan a los escritores. Este interés por la cultura morisca y musulmana se refleja en la obra de poetas y narradores europeos y españoles, que revitalizan y reimaginan el mundo musulmán y sus héroes. Este fenómeno es parte de una mayor tendencia cultural de exotismo y orientalismo que no solo refleja la fascinación por el “otro”, sino que también implica un proceso de construcción de una identidad europea a través de la alteridad.

Juan Goytisolo observa que el tema oriental en la literatura española se aborda no desde una conexión íntima, sino como una imitación de modelos franceses e ingleses. La maurofilia romántica de los exiliados españoles en Londres y París se convierte en una forma de orgullo por el carácter oriental de la literatura española. Escritores como Southey, Walter Scott, Irving, Víctor Hugo y Chateaubriand influyen en esta moda, y los emigrados españoles reivindican con ternura y nostalgia la presencia islámica en la península. Goytisolo resume esta tendencia diciendo : « Lo que nos pertenecía hace siglos nos vuelve hoy a París. »

La revalorización del moro en el Romanticismo lleva a una representación renovada de Andalucía árabe, donde la poesía y la literatura reinventan y celebran su paisaje, monumentos y personajes. Esta tendencia a exaltar la civilización morisca se refleja en las obras de autores románticos como Gregorio Romero Larrañaga, cuya poesía, como en Canción misteriosa, mejora la representación de los moros con entusiasmo :

« Verás la dulce música que exhala su laúd
Ya pasaron los siglos, su tumba abandonar
Verás cómo aparecen los nuevos gigantes
Las fortalezas y castillos de la era feudal
Capillas góticas, templos arabescos
Valientes moros, recuerdos inmemoriales. »

Autores románticos como Espronceda, el Padre Arolas y Zorrilla también han contribuido a la revalorización de la imagen del moro en sus obras. Ángel de Saavedra, duque de Rivas, en su Romance I : El Alcázar de Sevilla, presenta un paisaje sevillano que impregna al lector del ambiente andaluz, destacando las costumbres y personas de estirpe árabe :

« ¡Magnífica es el Alcázar !
Con que se ilustra Sevilla
Deliciosos sus jardines
Su excelsa portada rica. »

Finalmente, la imagen del moro en la literatura española ha evolucionado con las circunstancias históricas y las relaciones entre comunidades musulmana y cristiana. Estas representaciones han correspondido a situaciones políticas, sociales y culturales cambiantes. Los mitos, estereotipos y clichés que perduran revelan una profunda psicosis, como señala Juan Goytisolo :

« Desde la ternura de nuestra lengua, el musulmán está siempre en el espejo que nos envía de vuelta una cierta manera nuestro propio reflejo, una imagen exterior de nosotros mismos que nos interroga y nos inquieta. »

La construcción del « otro », el bárbaro o el buen salvaje, es un fenómeno universal que varía en función de las coordenadas históricas, culturales y sociales. Este fenómeno demuestra que los mitos y estereotipos continúan influyendo en la percepción de la alteridad, reflejando tanto el odio como la admiración hacia las culturas distintas, aunque estas representaciones no siempre correspondan a la realidad.

Conclusión

En resumidas cuentas, podemos constatar que la imagen del moro en la literatura española de los siglos XVI al XIX presenta una notable ambigüedad, alternando entre la idealización heroica y la demonización temible. Esta dualidad refleja las tensiones socioculturales de la época y el proceso de construcción de una identidad nacional cristiana en contraste con el « otro » musulmán. A través de estas representaciones, la literatura no solo refleja las percepciones sociales, sino que también contribuye a moldearlas, influyendo en la visión pública sobre los moriscos y en la marginalización de los musulmanes en la sociedad española.

En conclusión, las diversas representaciones literarias del moro ofrecen una perspectiva crítica sobre la interacción entre literatura, identidad y política en España. Al analizar estas imágenes, se puede comprender mejor cómo las narrativas literarias han participado en la construcción de identidades nacionales y en la justificación de políticas de exclusión, revelando la influencia duradera de estas representaciones en la percepción de la alteridad en la historia española.

1 En 1501 se quemaron en la plaza pública millones de libros confiscados a la población. La promulgación de numerosos decretos comenzó a implantarse a

2 En valencia, se contaba en 1563, 465 pueblos de moriscos según Madariaga. En cuanto a Aznar Cardona, autor de la revista expulsión justifiée des

3 Aznar Cardona, expulsion justifiée des morisques espagnols, 1611, ver la descripcion que nos hace Aznar de los moriscos.

4 El decreto de expulsión de los moriscos castellanos les declara culpables de muerte sin necesidad de proceso en caso de regresar o de perdurar en

5 Gaspar de Aguilar con el gran patriarca don juan de Ribera, los moriscos de hornachos, atribuido a tárrega, Lope de rueda con su pieza Gaspar de

6 El silbido es el rasgo más característico del habla morisca. La sustitución del S por el CH o su silbido agrupado en muchos textos aljamiados.

Aguilar, G. de, & Ribeta, D. J. (n.d.). Los moriscos de Hornachos. Atribuido a Tárrega, Lope de Rueda : Armelina.

Anson Calvo, M. (1999). Los moriscos de Aragón vistos por un escritor aragonés del siglo XVIII. In Images des morisques dans la littérature et les arts (pp. xx-xx). Fondation Temmimi.

Cardona, A. (1611). Expulsión justificada de los moriscos españoles. Ver la descripción que hace Aznar de los moriscos.

Carvajal, M., & Hurtado de Toledo, M. (Eds.). (n.d.). Las Cortes de la Muerte : Paso de un soldado, un moro y un ermitaño de Timoneda. Editorial.

Duque de Rivas, E. (1976). Romances. Madrid : Editorial.

García Morente, M. (1961). Idea de la hispanidad. Espasa Calpe.

Gonzáles Palencia, A. (1948). Cervantes y los moriscos. BRAE, 27, 1-xx.

Goytisolo, J. (1985). Chroniques sarrasines. Fayard.

Hazard, P. (1949). Don Quijote de Cervantes. Paris : Editorial.

Herrero García, M., & Hazard, P. (1949). Don Quijote de Cervantes. Paris : Editorial.

Lobo Lasso, G. de la Vega. (1601). Manoxuelo de romances. Barcelona. Reimpreso en 1942 por E. Mele y A. Gonzáles Palencia, Madrid.

Madariaga, R. M. (1988/1989). La imagen y la vuelta del moro en la memoria colectiva del pueblo español y la Guerra Civil de 1936. L’homme et la société : Revue internationale de recherche et de synthèse en sciences sociales, 90, 1-xx. Paris.

Márquez Villanueva, F. (n.d.). (a) Personajes y temas del Quijote. Editorial.

Márquez Villanueva, F. (n.d.).(b) Reflets littéraires de la question morisque entre la guerre de las Alpujarras y l’expulsion (1571-1610). Boletín de la Academia de Buenas Letras de Barcelona. Editorial.

Márquez Villanueva, F. (n.d.). (c) Romancero general. In BAE, tomo X. Editorial.

1 En 1501 se quemaron en la plaza pública millones de libros confiscados a la población. La promulgación de numerosos decretos comenzó a implantarse a partir de 1511 y apretaban progresivamente el hilo sobre estos falsos convertidos. Finalmente, en 1525, una asamblea reunida a granada por orden del rey se taca sistemáticamente a todas estas prácticas religiosas y culturales de los moriscos bajo el control despiadado y draconiano del tribunal de la inquisición creado en granada para las eventuales circunstancias.

2 En valencia, se contaba en 1563, 465 pueblos de moriscos según Madariaga. En cuanto a Aznar Cardona, autor de la revista expulsión justifiée des morisques espagnols, menciona el numero de 250.000 moriscos expulsados de la región de Aragón. Otras fuentes indican la cifra de 500.000 moriscos expulsados en 1614 por Felipe III. Ver articulo María Anson calvo, «los moriscos de Aragón vistos por un escritor aragonés del siglo XVIII» in images des moriques dans la littérature et les Arts «, fondation Temmimi, Zagouane. Avril 1999. Pag. 25-53

3 Aznar Cardona, expulsion justifiée des morisques espagnols, 1611, ver la descripcion que nos hace Aznar de los moriscos.

4 El decreto de expulsión de los moriscos castellanos les declara culpables de muerte sin necesidad de proceso en caso de regresar o de perdurar en España después del plazo dado.

5 Gaspar de Aguilar con el gran patriarca don juan de Ribera, los moriscos de hornachos, atribuido a tárrega, Lope de rueda con su pieza Gaspar de Aguilar con el gran patriarca don juan de Ribera, los moriscos de hornachos, atribuido a tárrega, Lope de rueda con su pieza armelina, o M. de Carvajal y hurtado de Toledo con las cortes de la muerte y por fin la obra, paso de un soldado y un moro y un ermitaño de Timoneda. Todas estas obras tratan el problema morisco.

6 El silbido es el rasgo más característico del habla morisca. La sustitución del S por el CH o su silbido agrupado en muchos textos aljamiados.

Abbas Amel

Ahmed ben Ahmed - Universidad de Orán2

© Tous droits réservés à l'auteur de l'article